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martes, 8 de agosto de 2017

A ti, por ti.

Esto eran gajes del oficio, tú me enamorabas cada vez más y yo escribía poesía por ti. Nunca se me hizo fácil el despertarme cada mañana y no tenerte ahí, a pesar de que la noche anterior te hubiese rogado que te quedases a soñar conmigo. Tal vez con un par de cervezas más todo hubiese sido distinto... aún así te habías ido, y me encantaba la forma en que lo hacías. Me encantaba la forma en la que te despedías, dejándome con la palabra en la boca y yéndote, provocando que mi vida se convirtiera en un auténtico sin sentido. Siempre me llamó la atención esa manera que tenías de ir desapareciendo a medida que pasaba la semana, hasta que llegaba el viernes noche y te presentabas en mi casa para decirme lo mucho que me habías echado de menos. Eras como un vampiro, te quedabas en la puerta hasta que te invitaba a pasar, y era en ese momento cuando me preguntaba qué motivos tendrías para sentirte como un puto loco por alguien como yo y que aún así te valiese más la pena eso que no verme; los motivos por los cuales me esperabas en el bar de siempre cualquier madrugada de septiembre para tomarnos juntos la última copa, y que así el primer gemido del día empezase en tu cama. Mi pregunta ahora era por qué siempre eras tú el que ponía fin al tiempo, decidiéndo cuándo iba a volver a desvanecerme entre tus sábanas, o cuándo iba a ser el momento en el que íbamos a tener algo claro en ésto que ni siquiera se podía llamar "nuestro", porque era como un vaivén de besos, y gritos, y desperdicios. Era un constante pensamiento en el que hacías que todo se basase en ti, aunque al final eras tú el que volvía siempre a verme y poner fin a la desesperación que provocaba la ausencia de tus balas cargadas de orgasmos.

viernes, 25 de diciembre de 2015

Era guapa. No, qué cojones; era preciosa. Estaba tan enganchado a su sonrisa que hasta las palabras se quedaban cortas. La había visto dos o tres veces, aunque podría describir perfectamente cómo era el filo de sus labios, su rozadura de pelo, el vaivén de sus piernas, todo aquello que provocaba que me girase en las esquina al verla pasar. Sentía los escalofríos y las mariposas en celo, eran un torbellino en mi estómago y un golpe en el pecho, Me aceleraba el pulso y me hacía sentir único ante su presencia. Era mi musa, una musa de escritor vago, que aparecía todas las noches junto a la botella de ginebra, lo que me hacía poder verla siempre a la sombra de las cosas malas. Juro que nunca había visto semejante locura en la mirada de nadie. Era como la brisa una mañana de verano en mitad de la tormenta, como el placer que se siente al reconstruir un poema. Tenía la vista cansada de ver el anochecer en sus ojos y unos brillos que avisaban de cuándo iba a llover en su mirada. Era como una calada de esas largas que te acaban atravesando los pulmones, casi dejándote sin respiración. Me provocaba ese jodido insomnio que apuñalaba por tiempos cada parte de mi cuerpo, por el simple hecho de no estar conmigo.

viernes, 1 de mayo de 2015

Niña bailarina.

Decían que sonreía cuando bailaba, y no había nada mejor que verla sonreír por mi. Siempre esperaba a ser la última para subirse al escenario y dejar el mundo a sus pies, hechos polvo, y no por mis mordeduras, sino por los zapatos de cristal que acostumbraba a llevar. Era la que corría el telón y se corría en mi cama, dejando atrás todos los estereotipos respecto a las niñas bailarinas, que eran de porcelana, pero ella era más de piedra, con un corazón de mimbre, que siempre se doblaba sin nunca llegar a partirse. Siempre fue torpe, podía caerse con cada paso de baile, pero siempre acababa haciendo una estructura perfecta con cada movimiento de sus piernas y siempre acompañada de un soplido que hacía ver que ella, a veces, también podía derrumbarse. Aunque nunca supe si eso era en sentido metafórico o algo literal, luego me hizo entender que derrumbarse era poder acabar con un gemido, conmigo entre sus piernas. Me llegó a hacer creer que era de cristal, con esa palidez que hacía llamar piel y esa finura de labios que convertían los besos en algo que no todo el mundo era capaz de dar. Era mi chica bailarina, silenciosa y de puntillas, sin hacer ruido. La que cambiaba las palabras por gestos y no había día en que no saliese a bailar en mitad de la calle, porque incluso tirada en el suelo estaba preciosa.

lunes, 20 de abril de 2015

Y qué tiempos aquellos que corrían, cuando todavía no había echado su corazón a perder, cuando salía a estremecerse en mitad de la pista, me pudo llegar a hacer creer que no era real, quizá porque mis ojos estaban tan acostumbrados a verse entre sus piernas, que cuando las veían moviéndose al mismo ritmo que sus caderas, no podían imaginarse que aquello pudiese ser verdad. Verla a través del cristal de la copa, o la droga, nunca supe a qué me refería realmente, era como tirarse por un precipicio, un suicidio mental. Siempre fue poesía, que florecía en primavera como ella decía. Siempre fue poesía y nunca poema, no le gustaban las letras entrelazadas entre ellas, quizá porque ella no tenia a nadie con quién entrelazar sus piernas. Le gustaba que los hombres la sacasen a la calle y la llevasen a algún bar, donde pudiese dar unos tragos de más, y nunca se olvidaba de quién era ni de quién era yo cuando estaba con ella.

domingo, 15 de marzo de 2015


Y ella, que odiaba a los poetas porque siempre la dejaban a medias, y no hablaba de poetas de bragueta, sino de esos que  eran capaces incluso de acariciarla a través de páginas y versos, de esos que sabían cómo hacerla suspirar con cada línea, casi como le hacía suspirar él. Había sido testigo de todos los arañazos, de cada mordedura de labios que sangraba, sin nunca llegar a ser herida.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Carta a Gin.

Querida Gin.. Tonic:
Es el momento de escribirte lo que nunca fui capaz de decirte, aunque sea tarde, escribir lo que ha sucedido en una carta que no te voy a mandar. Que no vas a recibir nunca. Que como tu me enseñaste, cuando acabe de escribirla la quemaré, mis sentimientos se pondrán a arder, y ese dolor, cómo era... como decías tu.. Ah ya, ese dolor no se te queda tan dentro. Esta vez solo quiero ser claro, sería un imbécil si no gritara que me he equivocado, contigo, que la he cagado pero bien, desde el principio. He intentado avanzar sin apartar antes las cosas que me lo impedían, agarrado al pasado, mirando para atrás, queriendo olvidar pero sin parar de recordar, que locura Gin, empeñado en quedarme ahí. En medio de un lado y del otro, sin perdonar, sin perdonarme, sin avanzar. ¿Dónde está el secreto del futuro, Gin? Puede que esté en fijarse bien, en avanzar, mirar más cerca. Más. Tan cerca que lo borroso se vuelve nítido, se vuelve claro. Claro. Hay cosas que pasan antes, mucho antes. No quiero esperar milagros. Solo hay que dejar que las cosas pasen. Si. No. Si No. Si. No. Y ahora lo tendría claro. Pero ya no depende de mí, si no de ti..
Te quiero.